viernes, 17 de septiembre de 2010

DIOS EN EL TAXI


No creo en Dios…porque no tengo pruebas de su existencia…pero de hecho, tampoco tengo pruebas de que no exista…así que más que una atea se puede decir que soy una agnóstica…y me siento cómoda con mi agnosticismo…de hecho trato en todo momento de ser coherente y fiel a mi forma de pensar al respecto…no voy a misa, hace tiempo que me considero fuera de la iglesia católica (y no pienso ser parte de ninguna otra iglesia o grupo religioso), no rezo, no me confieso, hace tiempo que desterré la palabra PECADO de mi vocabulario…y vivo tranquila…

Soy muy respetuosa de la forma de pensar y sentir de las otras personas al respecto…y entiendo y respeto las creencias religiosas de los otros…no voy por la vida tratando de volver agnósticas a las personas, y en consecuencia pienso que la gente creyente no debería tampoco tratar de convertir a los no creyentes a ningún tipo de religión, culto o secta…

Así que siempre me han incomodado las personas que se me acercan a hablarme de Dios…No suelo callarlas, no me molesto ni reacciono mal, sencillamente las escucho y trato de comprenderlas…pero definitivamente mi agnosticismo sigue allí después…incólume…Lo gracioso y paradójico de todo esto es que con todo lo que me molesta, a lo largo de mi vida muchas veces me he topado con personas que han querido hablarme de Dios y “convertirme” en los momentos más insospechados e improbables, y en los lugares más inverosímiles…

Hace unos días, saliendo de la terapia con Caetano, tomé un taxi de regreso a casa…iba como muchas veces, hablándole a Cai, tratando de captar su atención, tratando de ponerle de nuevo en el pie el zapato que se había quitado por enésima vez…en fin, iba abstraída, cuando en eso el taxista me empezó a hacer preguntas sobre Cai…le había llamado la atención el hecho de que no pudiera hablar…Hasta allí, sentía una pequeña incomodidad pues no tenía muchas ganas de hablar con nadie, y menos de contarle al taxista todo el rollo del Trastorno de Espectro Autista y las terapias de Cai…brevemente, para no entrar en detalles con un desconocido, y evitar más preguntas sobre Cai le conté lo que pasaba con mi hijo….después, cuando comenzó a contarme que él era Cristiano, se me pusieron los pelos de punta…me arrepentí de haberle dado tanta entrada…ya lo veía venir…a menos que lo parara en seco, me iba a tener que soplar todo el trayecto a casa escuchándolo hablar sobre Dios y tratando de convertirme allí mismo en el taxi…era demasiado…

Pero no lo hice…lo dejé hablar…es más, dejé de estar a la defensiva, y me dediqué a escucharlo…sentí que estaba genuinamente interesado en mi hijo…no sé por qué, pero sentí que debía escucharlo…

“Su hijo va a mejorar…sólo tiene que pedírselo a Dios con toda el alma, de corazón...hable con El…ore…pero no rece el Padrenuestro…eso no sirve…pídaselo usando sus propias palabras…entréguese a Dios…si usted tiene fe, si usted lo desea con toda la fuerza de la que es capaz, su hijo va a salir adelante…”

Parece mentira, pero esa sola frase fue suficiente para resquebrajar mis muros de protección…me desarmó completamente…se hizo un largo silencio mientras yo pensaba en esas sus primeras palabras…y luego el taxista siguió hablándome…me contó que había sido un hombre muy malo, que había abandonado a su esposa y su hijita para dedicarse a la juerga y a las mujeres…que un día su pequeña hija cayó desde el segundo piso de su casa…sin dinero para llevarla a un médico y desesperado se puso a orar…en ese momento se entregó por completo a Dios, y Dios hizo el milagro…su niñita salió ilesa de la caída…sana y salva…Después de eso él cambió completamente…regresó con su esposa e hija…se volvió cristiano, y se dedicó a trabajar en su iglesia…Dios lo había cambiado…

El taxi seguía rumbo por la Javier Prado…usualmente yo me dedico a jugar con Cai, enseñarle los carros, los edificios, las personas, o a decirle cosas al oído…o a veces si estoy cansada me concentro en ver los carros pasar y me distraigo con eso…pero la historia del taxista había logrado captar mi huidiza atención…mientras yo lo miraba por el espejo que él tenía al frente, prosiguió diciendo: Si usted quiere, su vida puede cambiar…hoy mismo…sólo entréguele a Dios todo…sus problemas, la salud de su hijito, sus iras y penas…pídaselo de corazón y él la ayudará…”

Ya estábamos muy cerca de mi casa…y yo seguía pensando en lo que me decía….definitivamente una persona creyente hubiera pensado que no era casual haber tomado esa tarde aquél taxi…como no podía ser casual esa conversación…una persona creyente hubiera pensado que la mano de Dios estaba detrás de todos esos eventos…que estaba intentando decirme algo…seguramente algo así como: “Verónica…a ver si esta vez escuchas y te convences que el único camino soy yo…vuelve conmigo…”; pensé que sería tan lindo…poder agarrar todas tus penas, tus temores, tus problemas y pedirle ayuda a Dios…por un momento me dio tanta envidia ver como ese taxista lo había hecho, y a partir de ese momento vivía tranquilo y en paz…por un momento me provocó ser él…y poder apoyarme en un dios…y poder sentir alivio así…

Por un momento me sentí niña de nuevo…esa niña que le pedía todas las noches a Dios que cuidara a su familia…que solo les pasaran cosas buenas y lindas a todos…que nunca se murieran…aquella niña que se confesaba todos los domingos en misa, y que pensaba que había alguien arriba escuchándola y cuidándola…y en aquél taxi, con mi hijo pequeño sentado en mis rodillas, todavía jugando con el zapato que seguía en su mano y que yo debía haberle puesto hacía rato…sentí como nunca las ganas de poder sentirme así de nuevo….las ganas de poder creer en un dios…

Sin embargo, algo dentro de mi saltó de pronto y cortó de golpe esos recuerdos…yo sabía que no lo iba a hacer… sabía que al llegar a casa, mi agnosticismo se iba a bajar de aquel taxi conmigo también…sabía que nunca iba a poder entregar mi vida a ningún dios, porque no sabía con certeza (y quizás nunca lo iba a saber) si en verdad había un dios allá arriba viendo mis penurias humanas…pero aunque no podía creer en una mano divina, definitivamente me quedé pensando en la enorme coincidencia de eventos que me habían llevado hasta aquél momento, y en si habría alguna suerte de energía cósmica jugando con los hilos de mi destino…las dudas sobre Dios siempre iban a estar en mi…la única certeza era que yo estaba muy triste antes de subir a ese taxi…era una de esas tardes en que sentía que estaba harta de las terapias de Caetano, harta de tener que tratar de conseguir su atención todo el tiempo, harta de no ver todavía cambios sustanciales…y por alguna veleidad del azar, encontré el consuelo que necesitaba en las palabras de aquél providencial taxista…

No puedo decir que salí de ese taxi siendo creyente…pero si puedo decir que salí más aliviada…más alegre…con una certeza de que no estaba sola con mis penas, pues siempre habría un oído atento a escucharme…no puedo darle gracias a Dios por haberlo puesto en mi camino…pero si hubiera un Dios, lo haría…mientras tanto me contento con agradecerle a la vida…

Al llegar a mi destino, miré al taxista a los ojos y le dije: “ten la seguridad que todo lo que me has dicho no ha caído en saco roto…te agradezco infinitamente tus palabras”…y después de pensarlo unos segundos y a sabiendas de que lo que iba a decir era un contrasentido para mí, añadí: “Que Dios te bendiga a ti y a tu familia…”; cargué a Cai y bajé del taxi…sonriendo de nuevo, después de muchos días sin hacerlo…mientras pensaba en todo lo ocurrido…

Saqué la llave de mi cartera…y mi agnosticismo y yo abrimos la puerta…


© 2010 Verónica Esparza Paz. Todos los derechos reservados.